5.12.08

Sobreviene un silencio abrupto, que lo interrumpe todo: El edificio entero se mueve. Por la ventana atisbo que el horizonte se ladea un poco, es casi imperceptible. Pero el movimiento está allí, después recupera lentamente su alineación original. Entonces la estructura reanuda su desplazamiento, que parte de la derecha a la izquierda, en línea recta, similar al desplazamiento regular de una escalera mecánica. El silencio cala los oídos, es peor que un zumbido, produce una sensación física de dolor, como una aguja. Desde la ventana la perspectiva cambia, no hay otro movimiento más que el horizontal. La ciudad está vacía, afuera no hay una sola señal de vida. Y luce gris, quizás debido a una ligera bruma o a que las ventanas están ligeramente empañadas.

Mi respiración se acelera. Taquicardia.

El desplazamiento cesa, el sonido vuelve. Abro la puerta, salgo a la calle a mirar donde estoy. El centro de una explanada lisa de concreto, que en algún punto lejano está divido en varias placas, y luego algunos árboles. No reconozco el lugar. El edificio luce mucho más alto de lo que es en realidad. Es decir, de lo que era. La bruma aquí es más densa, me alejo unos pocos pasos, desconcertado. Escucho algunos pájaros, pero no puedo verlos. La visibilidad apenas y llega a unos pocos metros, camino en linea recta y sin mirar atrás. Estoy perdido, no reconozco nada.

1.12.08

Para Rain, detonante de presencias.


Cuando conocí a S, ella vivía en un pequeño departamento con su perro y unos pocos muebles. Su pasado es un misterio para mí, pues lo que revelaba sobre sí misma caía a cuentagotas. Contaba con muy pocos amigos, ninguno de ellos tenía más de un año de conocerla. Apenas y poseía algunas fotografías, era una lectora muy ávida pero no conservaba libros propios sino que asistía regularmente a bibliotecas, excepto por dos tomos muy leídos de la Ilíada y la Odisea, al parecer sus únicos compañeros constantes desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera adornaba las paredes. La impresión general era de una eterna posibilidad omnipresente de mudarse en cualquier momento, no sólo de aquel domicilio, sino de la ciudad, del país. Y así fue.

Las noches que pasé en esa vivienda eran muy difíciles. S. era una suerte de insomne nerviosa, parecía dormir profundamente pero eso sólo sucedía a intervalos de no más de dos horas seguidas. Despertaba abruptamente y paseaba por la habitación. A veces también fumaba durante esos intervalos. Se dejaba entrever que pensaba profundamente.

Un misterio: Tres heridas diminutas y circulares, dos en su costado y una cerca del ombligo, ella decía que eran vestigios de una cirugía. Cuando yo pensaba mal, imaginaba que eran impactos de bala, por su forma estrellada desde el centro.

S. era huérfana de ambos padres, nunca los conoció, ni siquiera conocía algún pariente lejano. A juzgar por nuestras conversaciones, había vivido en gran parte de Latinoamérica, con los trabajos más diversos e improbables. Era y seguramente es una nómada, aún debe estar viajando. No se sentía arraigada a nada, ni a nadie.

Una madrugada la descubrí de pie, en la entrada de la habitación, escuchando atentamente al exterior del piso. Me levanté y le pregunté que sucedía. "Pasa todas las noches", me dijo. Acucié el oído y percibí una suerte de gorgoteo lejano, que provenía de la cocina. "Escucha lo que sucede después", agregó.

Al principio pensé que era un silbido, pero se trataba de un sollozo amargo y apagado, como detrás de una pared. Era claramente un niño o una niña, de unos cuatro años. Surgieron de entre el llanto unas cuantas palabras claras: Mamita, ¿dónde está mi mamita? ¡Mamita! ¿Dónde estás?

Caminé hacia la cocina. Encendí la luz, pero no había nada. El sonido, sin embargo, continuaba, tan apagado y lejano como el que se escuchaba desde la recamara. Poco después ya no se oía más. S. apareció por el corredor y me dijo que alguna vez también había revisado, pero ya se había cansado de buscar el origen. Sencillamente no venía de alguna parte. "A lo más dura tres minutos".

Lo habré escuchado un par de noches más, pero S. tenía razón, de alguna forma uno se acostumbraba a oírlos, como el bombeo de la cisterna o los vehículos sobre la avenida. Ruido de fondo. Había en ellos algo de familiar, de conocido, que obligaba a enviarlos hacia atrás, a no darles importancia.

S. se fue tan repentinamente como cuando llegó, no he vuelto a verla ni a saber de ella. De vez en cuando recuerdo ese llanto y me pasa lo mismo, tengo exactamente el mismo presentimiento que tuve entonces: Creo que de alguna forma era ella misma quien producía esos sonidos, como un acto de ventriloquia. La presencia de una niña desesperada a mitad de la noche, la ausencia de una madre, de su calor y su abrazo. Quizás esa era su forma de decirse tantas cosas.


*

Durante los peores ataques de asma de mi niñez, entre la conmoción y el ahogo, surgía una alucinación: escuchaba el sonido dulce de una flauta. Algo tenía de egipcio esa melodía, o a mí me lo parecía.


*


A pesar de ser pintor, EC era un amante del sonido y también vivía solo. Grababa voces imperceptibles en el ambiente con unos instrumentos delicados que él mismo construyó, pues tenía muy buenos estudios de electrónica. En esas grabaciones su casa se escuchaba llena de vida, como en una fiesta continua. Dejó de hacer sus "experimentos" el día que grabó varias charlas donde justo hablaban sobre él, sobre sus actividades cotidianas, sobre su desesperación.

Una tarde decidió suicidarse allí mismo, en el cuarto que fue origen de tantas grabaciones, después de una larga lucha con la esquizofrenia y la depresión profunda...


26.11.08

Un cielo azul ante la ventana, escucho golpes persistentes que resuenan por todo el vidrio. Sólo veo una mancha de líneas finas que aparece, que va y viene. Entre la curiosidad y la imprudencia abro los cristales y entonces esta figura entra y va directo a mí. Luchamos en el suelo un rato, la aprisiono entre las manos. Se siente como si tuviera un manojo de agujas que desesperado intento triturar, siento que me sangra una herida en el cuello y el rostro. El contorno cede, abro las manos lentamente. Trato de encontrar una forma conocida entre el manojo de astillas hasta que, súbitamente, todo cobra un sentido: Es el esqueleto antinaturalmente blanco de un ave. El cráneo es fino, delicado y brillante como el marfil pulido.

"¿A qué huele?", me pregunta alguien detrás de mí. "Huele a médula", le respondo, mientras aspiro mis manos sobre mi rostro...

18.11.08

"Vivo mi soledad como quien convive con una enfermedad venérea", me dice una mujer (a todas luces Greta Garbo, en su plenitud) en medio de una suerte de cena elegante. Lo dice en un idioma que entiendo pero no reconozco, quizás es sueco. Ella sostiene una copa de vino entre sus elegantes manos, comienza a reír mientras el resto de los comensales prosiguen con lo suyo, no reconozco a nadie más. "Existe más de un Valhalla porque existe más de un tipo de guerra", agrega. Y se desvanece. La blancura de sus hombros se entrelaza con la del techo iluminado por la primera luz del día.

8.11.08

Estoy flotando en un líquido turbio y denso. No me muevo. Se escuchan borboteos arrítmicos a mi alrededor. Trato de ver que es, pero me rodea la oscuridad. Tal vez puedo respirar bajo el agua, no tengo la menor urgencia por subir a tomar aire. Tengo la sensación de que me extiendo hacia todas partes, tanteando en busca del origen del sonido, que suena cada vez más desesperado. Una presencia pesada a mi alrededor. Ha dejado de moverse, pero puede sentirse, sigo tanteando. Lo primero que tocan lo que posiblemente son mis manos es la coyuntura inversa de una axila, a lo cual sigue la suavidad de un hombro invertido. El cuerpo está inerte, blando, quizás muerto. Lo palpo, trato de visualizarlo. A juzgar por mi exploración táctil, toda su superficie está indiferenciada, como si fuera de plástico, pero su piel se siente orgánica, como la piel de un delfín. Encuentro el cuello, puedo sentir su estructura ósea. El cuello se extiende, es mucho más largo de lo que debería ser, si fuera humano. Encuentro la cabeza, siento su cabello entre las manos, muy largo y enredado. Llego al rostro, por más que lo exploro en la oscuridad no encuentro las cavidades de los ojos, o su nariz, ni siquiera orejas. Sólo siento una enorme abertura que cruza la cabeza de extremo a extremo, debe ser la boca o una inmensa herida. El labio inferior se siente enorme y grueso, belfo. Cuando lo suelto puedo sentir que en lugar de hundirse se eleva. Nado hacia la profundidad, indiferente. Unos cuantos metros hacia abajo veo cierta claridad, y de pronto el círculo del sol, que luce dorado entre la negrura de las aguas. Pero sigo sintiendo que voy hacia abajo: Este mundo está invertido.

22.10.08


Caen columnas de agua desde el techo, por toda la casa. Hay partes que incluso forman un flujo consistente, en otros apenas y es un goteo. La casa es mucho más grande de lo que es en la realidad. No hay muebles. Tocan repetidamente en la puerta del patio, las cortinas frente la ventana evitan ver claramente al visitante, que sigue tocando cada vez más insistente. Finalmente llego a la puerta y despliego la cortina, pero no abro la puerta. El patio es enorme, y detrás se extiende una planicie verde como ningún lugar que conozca en vida, bajo un sol que arde esplendente. Quizás es la antesala a una selva tropical, un infierno verde. Quien toca es una niña de unos 12 años, con los ojos cubiertos adrede con el cabello, tiene un gesto juguetón y una sonrisa desencajada que le da una impresión a su rostro de máscara grotesca. Cubre su boca con las manos, como haciendo un "túnel", y sopla sobre el vidrio, empañándolo, traza una X sobre el vaho (es el gesto desaprobatorio de un tache, más que la letra). Lo borra y vuelve a soplar, esta vez traza una flecha que apunta hacia arriba. Giro y lo veo, sobre la puerta y en todo el techo crece una enredadera, hay grietas por todas partes. Está partiendo la casa en dos, a fuerza de crecimiento.

*

Juguetería nocturna. Busco la salida, pero sólo encuentro candados y puertas insólitamente fundidas. Voy recorriendo sus pisos en busca de una puerta o un teléfono. Cada piso está dedicado a una edad distinta, siendo el último donde se promueven los juegos de azar y todo tipo de pasatiempos adultos. No hay electricidad y sobre las ventanas hay una rejilla delgada, no puedo ver hacia afuera. Sigo recorriendo los pasillos. La alborada ya se asoma allá afuera, a juzgar por la tenue claridad que ya entra y que se filtra detrás de las exhibiciones. Llego al sótano, está repleto de cajas neutras de cartón, es claramente una bodega. Al final de un corredor hay un cuarto de paredes perfectamente selladas. Hay muchas cajas rotas, hechas trizas, aquí la oscuridad es particularmente densa. Sin embargo, hay un chasquido constante, continuado por chispas que caen al suelo, como un corto eléctrico. Entro al cuarto y al mirar hacia una de sus esquinas una llama de encendedor ilumina casi nada el espacio. Murmullos de dolor y el encendedor se apaga de nuevo. Ruido de cajas y celofán desenvolviéndose. Se enciende de nuevo la llama. Dos niños examinan unos segundos lo que han desenvuelto y lo tiran lejos, desaprobándolo, el suelo está lleno de juguetes desenvueltos. La escena se repite una y otra vez, es más un ritual que una búsqueda auténtica. Será imposible saber que es lo que buscan.

*

Un llanto infantil en la oscuridad. Uno de aquellos sueños que se sienten como transmisiones de radio: es sólo ruido.

*

Relampagueos entre las nubes, atisbos de témpanos flotantes. El letargo de los habitantes más antiguos del hielo. Un rastro de huellas de distintos animales sobre la nieve forman un círculo. No hay vestigios de un recorrido fuera de la ronda, como si las criaturas hubieran desaparecido súbitamente en el aire.


19.10.08

Una niña gentil, de un cabello largo y lacio, de rasgos indígenas, sentada de lado al final de una larga escalera de caracol, con las manos sobre las rodillas flexionadas. Las amplias aperturas y el objeto elevado en medio del recinto revelan que se trata de un campanario. Afuera la noche luce brillante porque la única luz en el entorno proviene de la luna. Toda la escena es una monocromía en matices de azul cobalto.

"Too late, kid", dice, mirándome, y estalla en carcajadas. Oscuridad.


6.9.08

Mi padre y yo vivíamos en una casa ubicada al interior de un bosque. El bosque estaba partido en dos por una carretera que era el único medio para llegar, cada cierta distancia surgían algunos pueblos diminutos. En esa época estuvimos muy aislados: el teléfono rara la vez funcionaba, la electricidad iba y venía. Además, apenas y teníamos algún vecino que dejaba sentir su presencia a lo lejos, en medio del silencio (Un tiempo activó su estéreo y escuchaba música todo el día a volúmenes cada vez más altos, hasta que de pronto dejó de hacerlo, nunca volvió a oírse nada). Lo único que se escuchaba era el sisear eléctrico de los cables, los insectos, o el aullar de algunos perros abandonados. Todo eso cambió poco a poco, hasta que la sobrepoblación agotó los recursos, secó el bosque e hizo imposible habitar la zona.

Pero en ese entonces todo aquello no se veía venir, ni siquiera remotamente. Los días eran rutinarios entre semana, casi una respuesta mecánica al entorno. Lentamente mi padre y yo dejamos de hablar, había fines de semana que no se podía hacer nada más que estar en silencio. Una combinación de calor y humedad nos agotaban, creaban una atmósfera de ensueño febril. Eran días en que soñaba con jinetes violentos y mercados antiguos, como de principios del siglo pasado. En estos sueños de batallas sin sentido siempre era de noche, todo lucía tan real salvo por la presencia de una inmensa torre de piedra con un reloj de manecillas en medio de una plaza, tan alto como un rascacielos. En la plaza, soplaba siempre un viento inclemente.

Fue en medio de estas circunstancias en que una noche mi padre no regresó a casa.

En ese momento no sentí la menor preocupación, me pareció incluso normal que eso pudiera pasar de vez en cuando, pese a que era esta la primera vez que sucedía. Esa primera noche dormí como si nada, aunque el sueño brilló por su ausencia. Salí temprano y regresé la noche siguiente tan sólo para encontrar la casa aún vacía. En una época sin celulares y con una línea de teléfono intermitente todo esto resultó todavía más angustiante. Pude llamar a emergencias y di sus señas, su nombre. Nada, ni el más mínimo rastro.

Así pasaron los días.

Comencé a buscar rastros y posibilidades. Llamé a muchas personas, hice notificaciones, visité su trabajo. Nada. Dejé de salir de la casa esperando su regreso o al menos una llamada que destruyera todas las esperanzas. Siete días después me sentí por primera vez ante la presencia de lo inevitable.

Salí una mañana y regresé por la noche, tan sólo para encontrar la casa como siempre a oscuras, pero la televisión estaba encendida, sin sonido. En medio de la sala estaba mi padre, mirando la pantalla pero sin mirarla realmente. Primero sentí un impulso terrible por despotricar con ira, después quise simplemente preguntar qué había pasado, pero conforme fui entrando a la casa todo comenzó a lucir con una agobiante luz de fatiga y letargo. "Hola papá, ¿dónde estabas?", le pregunté, apenas audible. "No pasa nada", me respondió, después de una pausa, con una voz que se sentía tan lejana y ajena que me estremecí, su rostro lucía apagado e impenetrable, sus ojos en medio de la oscuridad. Me di cuenta que sólo podía irme a mi cuarto. Nunca sabría que pasó realmente.

Durante algunos meses después todo siguió igual. Un día me anunció que se mudaría a otra parte y viviríamos cada quien por su cuenta. Viví allí solo casi una década.

Desde aquella semana no ha pasado un sólo día en que no tenga la sensación abstracta de que alguien está perdido.


5.9.08

Estoy en una cadena de edificios de departamentos abandonados, en ruinas. Camino entre los cuartos sin puertas del piso más alto. Los edificios están interconectados por andadores, algunos de ellos están derrumbados o son intransitables. El cielo luce de un azul esplendente, sin nubes. El sonido del viento es ensordecedor y resuena con un ulular de magnitudes caóticas. Estoy con la espalda contra el muro, me asomo poco a poco por la entrada sin puerta de un departamento. Miro hacia el cielo. Arriba yace flotando una figura con una sola ala extendida (no queda claro si su otra ala está replegada o si realmente carece de ella). No logro comprender qué es, acaso una gárgola o un demonio o cualquier otra entidad mitológica. Sólo flota allí en el cielo, completamente estática, como una L invertida. El polvo que trae el viento lastima mis ojos y debo parpadear varias veces. La figura cambia, se adelgaza y engrosa a intervalos regulares. Decido asomarme por completo, me sostengo del borde del andén con ambas manos y trato de enfocar los ojos. Miro atentamente hasta comprender, veo que van cayendo lo que parecen ser partes de su cuerpo, pero sin devastarlo. Al fin lo veo claramente: No se trata de criatura alguna, es una herida abierta en el cielo. Y sangra profusamente...

26.7.08

Mediodía inclemente en la sabana africana, el horizonte es llano por donde quiera que vaya la vista. La vegetación en todos los matices del dorado, tan brillantes que parecen de metal. Incluso las hojas de los árboles lucen en tonos dorados, ocres y algunos rojos. Mi piel es muy oscura, tengo entre 8 y 10 años. Estoy tirado mirando hacia delante, escondido entre los arbustos porque escuché un vehículo pesado aproximarse. Hay guerra, no aquí pero muy cerca. Del vehículo descienden soldados flacos de miradas duras, traen ropas coloridas, empapadas de lodo. Bajan a golpes varios civiles atados y vendados. Siento como la sangre se me agolpa en la cabeza, quiero vomitar, pero sé que si me muevo, aunque sea un poco, compartiré el mismo destino que presiento sobre estos prisioneros. Los acomodan en una fila, un soldado está de pie detrás de cada uno, apuntan un arma a sus nucas, van cayendo uno en uno. Los demás escuchan el chasquido y comienzan a llorar. Debo quedarme quieto, ni siquiera respirar, me tiemblan las piernas. Parpadeo. Entonces todo cambia. Todo cambia porque se me ha refrescado la memoria, me hierve la sangre de urgencia, la adrenalina galopando: mi hermanita está detrás, en algún lugar. Tiene la mitad de años que yo. La perdí de vista, pero está cerca. Ahora debo escoger: Si me muevo podría encontrarla y tratar de huir de ahí, cubrirle la boca y cargarla para que no haga ruido aunque me muerda la mano y me deje cicatrices (o pueden vernos y matarnos ahí mismo); o simplemente quedarme quieto, salvar la vida, dejar que la suerte corra y quizás los dos nos salvaremos. Un soldado levanta su rifle y mira en todas direcciones con su mira telescópica. Hundo la cara lo más que puedo sobre la tierra y me quedo una eternidad esperando la detonación, que toda duda se despeje, dolorosa o no, que todo termine al fin, no importa como...


*

Una rata corre, simplemente corre por un terreno liso interminable, sobre ella laminas de madera apenas a la altura de cuerpo. Alguien le ha pintado la cabeza de un rojo brillante. Al fin sale a una zona más abierta, es un museo. Una ballena inmensa flota debajo de los cables que la sostienen. Desciende por los cables, encuentra el agujero por donde en vida respiraba el animal. Penetra. Adentro hay un hueco vastísimo que huele a resinas asfixiantes. Está de nuevo afuera, aferrada al abdomen de la ballena, que ahora atisbo está partida en dos. Cuelga de la cola, gira y ve un barandal, asciende. Asciende cada vez más, sólo sube, desesperada. Escaleras de caracol, paredes de piedra. Llega al techo. Es de noche, un cielo estrellado la cubre. Contempla el cielo o en todo caso gira su cabeza hacia arriba y olisquea el aire. Le duelen las patas, que tiene muy heridas, pero no hay tiempo, mira un tubo de desagüe en la pared y entra al túnel, desaparece en la noche.

Una feria arcana, de colores brillantes, una ruleta. Un hombre brutal sostiene con sus inmensas manos una rata, a todas luces distinta a la anterior. Con los dedos va pintando de rojo su inquieta cabeza, le ata con cierta delicadeza una cuerda en el cuerpo, el otro extremo lo ata al centro de la ruleta. La suelta y la deja correr en círculos. Los hombres apuestan. Voces apagadas, cada vez más débiles, subterráneas.


[ Dos visualizaciones durante los ensayos de Fando y Lis.]


17.7.08

Niños-demonio de un rojo encendido en los contornos, de cuerpos delgados y transparentes. Deslumbran en la oscuridad, su brillo parece aumentar y apagarse según su respiración. Están reunidos estrechamente al fondo de una fosa o una cueva o alguna otra cavidad subterránea, como una camada de crías. Uno roe un hueso largo, quizás un fémur. No inquietan, se ven tan naturales como cualquier otra cosa. No interactúan entre sí, al contrario, parecen inmersos en una suerte de soliloquio animal e indolente de recién nacidos. En el aire hay un aroma a hongos y tierra húmeda, pero no es desagradable.

Delirios de fiebre.

14.7.08

Tengo un cráneo adornando una repisa de mi librero, no está blanqueado sino apenas un poco lacado. Fue un regalo inesperado de fines de curso, de parte de un compañero en la preparatoria cuyo abuelo era médico y recién había fallecido, nadie quería sus cosas. Poco sé de quién fue en vida. Mi amigo me dijo que a lo más es un hombre de unos 40 años, probablemente provenga de una fosa común. Lo databa de tiempos de la Revolución. Quizá sea una víctima anónima del combate.

*

Historias de gigantes: no recuerdo qué familiar de algún pueblo lejano del norte, de visita esporádica en la ciudad, me contó hace más de 25 años varias historias de gigantes. Me hablaba de minas donde de pronto surgía un esqueleto humano inmenso. Lo reducían a polvo y con eso preparaban una sopa colectiva donde a todos los niños se les daba a tomar del potaje "para que se hicieran fuertes", en medio de una fiesta donde participaba todo el pueblo.

Me dijo también que había un gigante que robaba de noche las casas. El pueblo se organizó y lo mató. Según mi pariente, su cuerpo tuvo el mismo destino que sus demás congéneres.

*

Quedan pocos museos donde se respire el aire de los tiempos que nos precedieron. Recuerdo el esqueleto del dinosaurio en el Museo del Chopo, elevado entre pedestales y alambres, en medio de un cuarto amarillento, rodeado de especímenes conservados en formol. O un feto petrificado intra utero en Santo Domingo. Las momias de algunos monjes, de rostros desencajados y efigies turbias. Un aroma a madera quemada en el aire.

*

Tengo un diccionario médico alemán-español que data de 1872. Hojeándolo encontré en una página una huella trazada en un tono ocre apagado. Es a todas luces sangre. Un dedazo dejado mientras se consulta, apresurado, una palabra difícil. No sé con exactitud qué palabra fue la que provocó la duda. La página describe los procesos de autopsia.

El presentimiento me impactó tanto que la noche en que lo descubrí soñé toda la escena, incluso el instante de la duda. Toco la página y, sin darme cuenta, dejo una mancha irreversible.


28.6.08

Una granja, es media tarde. Mis ojos son una cámara pues veo el cromatismo alterado: Un filtro ambarino. En todo caso no contemplo la escena con ojos humanos. Es un rastro, veo las carnes ahumadas secándose al aire, colgando de ganchos y cadenas desde el techo, a unos seis metros de altura. Hay piernas enteras, lomos, cajas torácicas saladas y algunos embutidos de colores macilentos, enfermizos.

Entra un hombre de unos 50 años, increpándose violentamente a sí mismo, pero no puedo oír lo que dice. Lo sigue detrás una mujer de su misma edad, a todas luces su esposa, que lo toma de los hombros aunque él le da la espalda. Lloran juntos, proyectan una aura creciente de arrepentimiento y desesperación.

Han entrado por una puerta que está detrás, al fondo. Me dirijo a la puerta y conforme lo hago, llegan murmullos del otro lado, cada vez más claros, más nítidos. Aumentan en volumen, son gritos de niños. Al menos una decena de niños gritando intensamente, pero es indistinguible si son gritos de miedo o de jubilo. Se hacen más intensos, por momentos un escalofrío me recorre la espalda, en oleadas; o una sensación de alivio cuando me parece distinguir risas entre la cacofonía. Estoy tan cerca de la puerta cerrada que puedo ver los remaches, las fisuras en la madera, el óxido en el metal. Ahora los gritos son casi ensordecedores y más indistinguibles que antes, me llena una sensación combinada de urgencia y pavor por conocer lo que hay detrás. Pero nunca abriré la puerta, el gesto queda allí, en la simple intención.

Despierto y todavía es de noche, las plantas proyectan sombras agudas y altivas...


15.6.08


Estoy en una librería amplísima, de paredes en todos los matices del gris. Es claramente una librería de saldos. Los libros se amontonan en cajas sin ningún orden, salvo la pertenencia a cierta editorial, pero eso sólo sucede en unas pocas cajas. No hay libreros en las paredes, ni carteles o cualquier adorno. Hay muy pocos clientes, pronto se verá por qué. Encuentro una caja con una editorial desconocida, de portadas de un solo color, un azul deslavado sobre el blanco original del papel, lo cual le resta elegancia. Pero publican literatura infantil clásica, presumen de editar los textos íntegros. Veo algo poco visto: Compilaciones de literatura infantil medieval en español antiguo, incluyen rondas y canciones populares, tradición oral. El estudio preliminar describe su vasta relación con la Peste Negra. Lo aparto, sigo escarbando entre los libros (esto es muy normal en este tipo de establecimientos). Se aproxima una dependienta, luce severa con el cabello recogido y lentes sin glamour. Me regaña, me dice en un tono apenas un grado menor al de la histeria que aquí no se hace eso con los libros (pese a que los he amontonado con sumo cuidado). Me dice que si no estoy buscando algo en particular mejor me vaya. Estoy a punto de responderle cuando llama al guardia de seguridad y le pide que me escolte a la salida. Trato de explicarle al oficial, pero me dice que él sólo puede obedecer órdenes.

Así me encuentro de pronto en la calle, miro detrás de mí y veo a la dependienta emocionalmente rebasada, con las manos sobre la barra y con la cabeza hacia abajo. No me importa mucho lo víctima que luce de sí misma. Giro y me doy cuenta que estoy muy lejos de casa, a unos 100 metros hay una carretera de alta velocidad. El camino de regreso luce imposible.

Es decir, al fin soñé otra vez...

9.6.08

El sábado por la noche, de regreso a casa, vi bajo una lluvia feroz a un niño jugando, indolente, cerca de una coladera abierta muy profunda. Pensé en acercarme y advertirle, pero alguien más se me adelantó y el niño reaccionó con agresividad tajante; estaba dispuesto a arrojar una piedra al entrometido indeseable, un reflujo de insultos tiñó el aire. Luego vi que en sus correrías resbaló y metió media pierna en el agujero. No se amedrentó, se levantó, sacudió sus manos, levantó el pie y siguió devaneando, inconsciente, riendo a carcajadas que a ratos sonaban perversas.

Me quedé con la impresión de haber contemplado una parábola.


6.6.08

Las últimas dos semanas han sido indescriptibles, de sueños terribles que, lamentablemente, se olvidan al despertar. No se drenan. Y luego, irrumpen ataques de insomnio incomprensibles, como una luz de fondo sin origen y destino. Me ronda en la cabeza el término de "hiperlucidez", no en un sentido de una inteligencia privilegiada, sino como una luz de alerta proyectándose como al final de un túnel. La mente se llena de imágenes, al serle imposible darles otras sustancias. Se navega por las tinieblas.

Recién leí con desagravio a alguien que afirmaba tajante que "no había inteligencia posible a desarrollar desde la tristeza", yo estoy seguro que eso no es verdad: En todo hay un poco de oscuridad, hasta en la luz. Según esto, ¿cómo queda Cioran?

En cambio, la risa casi siempre está fuertemente ligada al olvido.

1.6.08

En la excelente biografía a Jacques Lacan de Elizabeth Roudinesco, encuentro esta cita de Koyré:

"Es en nosotros, es en nuestra vida, donde se realiza el presente del espíritu."

Lacan subrayaba nosotros, nuestra vida y presente.



26.5.08

Experimenté un oscuro vacío con la única certeza de que la mente ensayaba formular una visión que lo reparara todo adentro, pero fracasaba. La única secuencia onírica que llegó consistió en que contesto mi celular, me explican la situación y agregan, "dame más tiempo, casi lo logro". ¿Una llamada héctica desde mí mismo?

25.5.08

"Escribir es cargar a cuestas con el veredicto del Juicio Final", dijo Edvard Munch, en su diario íntimo.


Otro sueño: Estoy ante la pantalla de esta computadora, el campo que proyecta comienza a disminuirse hasta volverse un solo pixel al centro. El pixel se vuelve cada vez más luminoso, como concentrando más y más poder. Y después no pasa nada. Resolución congelada.


17.5.08

Sueños dispersos:

Recorro una suerte de montaña lisa, de bordes resbalosos, en medio hay una cueva. No es una montaña, es una tortuga gigantesca, retraída, con la cabeza agazapada dentro el caparazón. Su respiración, un viento acre que emerge o succiona; sus inmensos párpados cerrados, agrietados y llorosos.

*

Camino por la Universidad, se oyen los gritos enardecidos de una multitud, la policía sobreviene y deshace la manifestación con violencia excesiva. La masacre es espantosa.

*

Voy por distintas estaciones del metro, con un frasco en la mano. Bajo y abandono el frasco en una abertura, sobre los túneles que comunican los sentidos de los trenes. En el frasco hay un feto. Pese a que es apenas un embrión, reconozco en rostro de un viejo antagonista. Llego a casa, mi casa de antaño, no hay electricidad. Me invade una inquietud creciente, me parece ver movimiento en las sombras... pues sé que es sólo cuestión de tiempo para que el feto abandonado intenté finalizar una suerte de venganza.


10.5.08



Selva nocturna. Un hombre yace boca abajo, está inconsciente o duerme o está muerto. De un árbol que se adivina en las sombras, desciende una inmensa serpiente. Lo rodea, gira sobre sí misma como gozando el momento, juguetea con el cuerpo. Finalmente lo devora, comenzando por la cabeza, de una forma que sólo podría calificarse de amorosa, delicada, lenta y paciente. La quijada del reptil se disloca para dar cabida al tronco, pronto sólo los pies asoman de su boca y desaparecen, mientras se enrosca con una mirada lánguida y satisfecha dirigida a sí misma, desde la oscuridad.

Esta madrugada desperté con la sensación de haber soñado una escena bíblica vetada, omitida o ausente.


5.5.08



Un biplano de plástico rojo a escala en mis manos, lo reconozco como un juguete muy querido de mi infancia y me sorprende encontrarlo intacto, me llena de una rara felicidad. Pero, en la realidad, nunca tuve un juguete así.

El sueño de anoche.




3.5.08



Un médico calvo, de proporciones grotescas y aire vulgar, dice que, según las pruebas, mis riñones han dejado de funcionar. Ante las cortinas vaporosas del consultorio, en una suerte de claroscuro, el médico fuma, expele un humo denso y lento. Mira hacia arriba. Y, sorpresivamente, agrega sin voltear a verme: "El cuerpo humano es el caleidoscopio del vacío".

El sueño de anoche.


Una frase que perdura de la charla con mi padre (a quien sólo veo unas tres veces al año), dicha muy al principio: "A mí ya no me importa enfermar, de lo que sea". Mi padre, Doctorado en Ciencias en una universidad francesa, que una lejana tarde de hace 25 años me soltó el único golpe que recuerde, durante un regaño. Me veo ante el instante de la duda, la súbita resolución... devuelvo el golpe con todas mis fuerzas, y otro, y otro más que no hacen la menor mella, pero si crea algo parecido a una mirada de rencor de su parte (quizás es la memoria, subjetiva y traidora porque está ligada a nuestros afectos). A veces creo que allí empezó todo, una suerte de segunda vida, de errancia en la furia, donde la sumisión arde y la sedición triunfal, por sutil que sea, ha reemplazado al orgasmo en su papel de "pequeña muerte".


30.4.08

Una noche, a las 3 am, cuando vivía solo, me despertaron unos golpes en la puerta. Pensé que lo había soñado hasta que tocaron en la casa vecina, y luego la siguiente y la siguiente. Que yo sepa nadie abrió. Al otro día había una suerte de rastro de aceite sucio en el suelo, continuo, como de un objeto pesado arrastrándose. Iniciaba y desaparecía en un punto. Así, de repente.

Meses después aparecieron en distintas casas varios grafitti trazados con ese mismo aceite sucio. Insultos escritos con cierta rabia, no iban dirigidos a nadie en particular, como disparos al aire.

Tal vez así como existe la otredad, existe también el tercero: un presentimiento invisible con su propia voluntad. Un vecino que ni sospecha nuestra existencia, ni sospechamos la suya. Quizás lo único que nos une es la sensación abstracta de amenaza mutua...

29.4.08

Sé que hay una versión de Diane Ackerman a Fausto con un personaje principal femenino, Lady Faustus, se llama. Es bellísima, llena de posibilidades y horizontes que se abren con significados cada vez más sutiles. Eso me lleva a entrever la infinita posibilidad de los clásicos para reescribirse en claves nuevas y escenarios contemporáneos.

Atisbar una Divina Comedia femenina, Beatriz y Safo viajando juntas, separándose al final del Limbo en una barca, Dante va detrás, muy atrás, despistado, algo atolondrado.

Un viaje inciático, renovado, en medio de una urbe vacía y en silencio, salvo por algunos pájaros que recorren como flechas un cielo gris y estático...

[Gracias por la inspiración Coquelicot ]
Soy un académico, anciano e implacable, que realiza exámenes profesionales en recintos antiguos de arcos góticos. En el fondo, siento una gran estima por los chicos y las chicas, pienso que mis destrozos son nada comparados con la brutalidad que les espera en el mundo. "Ahora está usted listo", le digo a un chico, que de la emoción se ahoga en lágrimas.

Estos sueños son claros: Todas nuestras edades conviven en el presente, incluso las futuras. Y vamos a perder todas nuestras luchas.

Hermosos vencidos.

13.4.08

Pienso en si C. imagina diez años después lo que mueve por aquí con su contorno vacío; ella, tan obsesionada con la historia de México (más bien con una colección inacabable y bien documentada de venganzas históricas nacionales). Una obsesión apasionada que gustaba de compartir, a modo de iniciación, de rito de paso.

¿De quién somos fantasmas?

No es inconcebible un verano donde se es un contorno más que un cuerpo, como esas presencias aleteantes que se atisban con el rabillo del ojo: Se gira y se observa a un transeúnte, pero puede ser sólo la inercia de la normalidad, un insecto camuflado o un demonio enmascarado en látex en plena misión secreta, un asesino de dioses.

11.4.08

Jugar contra máquinas me enseñó que no existe enemigo imbatible sino estrategia incorrecta. Y que toda acción es tan esencial como urgente.

Desafiarse, desafiarse siempre.

9.4.08

Hoy a la 1 am encontré una foto de C. perdida en el cajón, cuantas cosas se removieron en unos pocos minutos.

28.3.08

Fatiga crónica, alienación, ataques de fascinación y estremecimiento ante una secuencia, dos palabras o una melodía. ¿Integrarse? Nunca.

¿Integrarse a qué, además?

20.3.08

Todo el día de ayer viví el presentimiento de lo que viviríamos esa noche... Allí a algunos metros de distancia, sobre las vías del metro, iba caminando un gato adulto visiblemente confundido y enfermo. Trataba de escapar de una trampa arquitectónica que nunca podría comprender. Al final del túnel, la luz roja del tren brilló un instante, anunciando lo inevitable. A nadie más que a nosotros pareció importarnos su condición irresoluble. Entonces vimos inmediatamente qué hacer: Nos dimos la vuelta, nos alejamos, cerramos los ojos y nos cubrimos los oídos. No fue evasión, sino evitar llevarnos imágenes y sonidos que no olvidaríamos nunca. Ya tenemos suficientes.

Esto es el horror, el absoluto horror de la insuficiencia...

13.3.08

Leyendo Vide et plein: le langage pictural chinois de François Cheng, en torno a la pintura china, me recuerda una plática pasada. Alguna vez, un estudioso del arte prehispánico me comentó que los códices tenían un contexto de conflicto formal entre el negro y los colores. In tlilli in tlapalli, "el negro, colores", la meditación previa antes de cualquier formulación. Escritura y temporalidad.





1.3.08

Soñé que recorría un hospital en Los Angeles durante la madrugada, nadie podía verme. Lo único que hacia en las horas vacías era aplastar cucarachas con la punta del pie.

18.2.08

Soñé que asistíamos a un funeral silencioso, el cuerpo estaba desnudo y rodeado de granadas rojas... un sueño Derek Jarman.

13.1.08

Anoche soñé que cruzaba una calle nocturna inundada, agua hasta la cintura, en los brazos acunados vidrios rotos. Su rescate, mi prioridad.

3.1.08

Tres días seguidos de sueños intensos. Bucear en la corriente de un río, mirar el fondo y contemplar varios muertos y su "danza".

2.1.08

Bóvedas y cúpulas inmensas, tan inmensas que condensaban sus propias nubes, en el sueño de anoche