15.6.08


Estoy en una librería amplísima, de paredes en todos los matices del gris. Es claramente una librería de saldos. Los libros se amontonan en cajas sin ningún orden, salvo la pertenencia a cierta editorial, pero eso sólo sucede en unas pocas cajas. No hay libreros en las paredes, ni carteles o cualquier adorno. Hay muy pocos clientes, pronto se verá por qué. Encuentro una caja con una editorial desconocida, de portadas de un solo color, un azul deslavado sobre el blanco original del papel, lo cual le resta elegancia. Pero publican literatura infantil clásica, presumen de editar los textos íntegros. Veo algo poco visto: Compilaciones de literatura infantil medieval en español antiguo, incluyen rondas y canciones populares, tradición oral. El estudio preliminar describe su vasta relación con la Peste Negra. Lo aparto, sigo escarbando entre los libros (esto es muy normal en este tipo de establecimientos). Se aproxima una dependienta, luce severa con el cabello recogido y lentes sin glamour. Me regaña, me dice en un tono apenas un grado menor al de la histeria que aquí no se hace eso con los libros (pese a que los he amontonado con sumo cuidado). Me dice que si no estoy buscando algo en particular mejor me vaya. Estoy a punto de responderle cuando llama al guardia de seguridad y le pide que me escolte a la salida. Trato de explicarle al oficial, pero me dice que él sólo puede obedecer órdenes.

Así me encuentro de pronto en la calle, miro detrás de mí y veo a la dependienta emocionalmente rebasada, con las manos sobre la barra y con la cabeza hacia abajo. No me importa mucho lo víctima que luce de sí misma. Giro y me doy cuenta que estoy muy lejos de casa, a unos 100 metros hay una carretera de alta velocidad. El camino de regreso luce imposible.

Es decir, al fin soñé otra vez...