5.12.08

Sobreviene un silencio abrupto, que lo interrumpe todo: El edificio entero se mueve. Por la ventana atisbo que el horizonte se ladea un poco, es casi imperceptible. Pero el movimiento está allí, después recupera lentamente su alineación original. Entonces la estructura reanuda su desplazamiento, que parte de la derecha a la izquierda, en línea recta, similar al desplazamiento regular de una escalera mecánica. El silencio cala los oídos, es peor que un zumbido, produce una sensación física de dolor, como una aguja. Desde la ventana la perspectiva cambia, no hay otro movimiento más que el horizontal. La ciudad está vacía, afuera no hay una sola señal de vida. Y luce gris, quizás debido a una ligera bruma o a que las ventanas están ligeramente empañadas.

Mi respiración se acelera. Taquicardia.

El desplazamiento cesa, el sonido vuelve. Abro la puerta, salgo a la calle a mirar donde estoy. El centro de una explanada lisa de concreto, que en algún punto lejano está divido en varias placas, y luego algunos árboles. No reconozco el lugar. El edificio luce mucho más alto de lo que es en realidad. Es decir, de lo que era. La bruma aquí es más densa, me alejo unos pocos pasos, desconcertado. Escucho algunos pájaros, pero no puedo verlos. La visibilidad apenas y llega a unos pocos metros, camino en linea recta y sin mirar atrás. Estoy perdido, no reconozco nada.

1.12.08

Para Rain, detonante de presencias.


Cuando conocí a S, ella vivía en un pequeño departamento con su perro y unos pocos muebles. Su pasado es un misterio para mí, pues lo que revelaba sobre sí misma caía a cuentagotas. Contaba con muy pocos amigos, ninguno de ellos tenía más de un año de conocerla. Apenas y poseía algunas fotografías, era una lectora muy ávida pero no conservaba libros propios sino que asistía regularmente a bibliotecas, excepto por dos tomos muy leídos de la Ilíada y la Odisea, al parecer sus únicos compañeros constantes desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera adornaba las paredes. La impresión general era de una eterna posibilidad omnipresente de mudarse en cualquier momento, no sólo de aquel domicilio, sino de la ciudad, del país. Y así fue.

Las noches que pasé en esa vivienda eran muy difíciles. S. era una suerte de insomne nerviosa, parecía dormir profundamente pero eso sólo sucedía a intervalos de no más de dos horas seguidas. Despertaba abruptamente y paseaba por la habitación. A veces también fumaba durante esos intervalos. Se dejaba entrever que pensaba profundamente.

Un misterio: Tres heridas diminutas y circulares, dos en su costado y una cerca del ombligo, ella decía que eran vestigios de una cirugía. Cuando yo pensaba mal, imaginaba que eran impactos de bala, por su forma estrellada desde el centro.

S. era huérfana de ambos padres, nunca los conoció, ni siquiera conocía algún pariente lejano. A juzgar por nuestras conversaciones, había vivido en gran parte de Latinoamérica, con los trabajos más diversos e improbables. Era y seguramente es una nómada, aún debe estar viajando. No se sentía arraigada a nada, ni a nadie.

Una madrugada la descubrí de pie, en la entrada de la habitación, escuchando atentamente al exterior del piso. Me levanté y le pregunté que sucedía. "Pasa todas las noches", me dijo. Acucié el oído y percibí una suerte de gorgoteo lejano, que provenía de la cocina. "Escucha lo que sucede después", agregó.

Al principio pensé que era un silbido, pero se trataba de un sollozo amargo y apagado, como detrás de una pared. Era claramente un niño o una niña, de unos cuatro años. Surgieron de entre el llanto unas cuantas palabras claras: Mamita, ¿dónde está mi mamita? ¡Mamita! ¿Dónde estás?

Caminé hacia la cocina. Encendí la luz, pero no había nada. El sonido, sin embargo, continuaba, tan apagado y lejano como el que se escuchaba desde la recamara. Poco después ya no se oía más. S. apareció por el corredor y me dijo que alguna vez también había revisado, pero ya se había cansado de buscar el origen. Sencillamente no venía de alguna parte. "A lo más dura tres minutos".

Lo habré escuchado un par de noches más, pero S. tenía razón, de alguna forma uno se acostumbraba a oírlos, como el bombeo de la cisterna o los vehículos sobre la avenida. Ruido de fondo. Había en ellos algo de familiar, de conocido, que obligaba a enviarlos hacia atrás, a no darles importancia.

S. se fue tan repentinamente como cuando llegó, no he vuelto a verla ni a saber de ella. De vez en cuando recuerdo ese llanto y me pasa lo mismo, tengo exactamente el mismo presentimiento que tuve entonces: Creo que de alguna forma era ella misma quien producía esos sonidos, como un acto de ventriloquia. La presencia de una niña desesperada a mitad de la noche, la ausencia de una madre, de su calor y su abrazo. Quizás esa era su forma de decirse tantas cosas.


*

Durante los peores ataques de asma de mi niñez, entre la conmoción y el ahogo, surgía una alucinación: escuchaba el sonido dulce de una flauta. Algo tenía de egipcio esa melodía, o a mí me lo parecía.


*


A pesar de ser pintor, EC era un amante del sonido y también vivía solo. Grababa voces imperceptibles en el ambiente con unos instrumentos delicados que él mismo construyó, pues tenía muy buenos estudios de electrónica. En esas grabaciones su casa se escuchaba llena de vida, como en una fiesta continua. Dejó de hacer sus "experimentos" el día que grabó varias charlas donde justo hablaban sobre él, sobre sus actividades cotidianas, sobre su desesperación.

Una tarde decidió suicidarse allí mismo, en el cuarto que fue origen de tantas grabaciones, después de una larga lucha con la esquizofrenia y la depresión profunda...