16.3.09

Un dragón va de ciudad en ciudad. Va reduciendo las construcciones a fuego y ceniza, no se aleja de un lugar hasta no devastarlo completamente, dejar la tierra lisa y carbonizada. Es metódico, imprevisible e incansable.

Estoy en medio de un vasto círculo de tierra oscura y humeante, quizás mida varios kilómetros. Al principio el dragón es un punto lejano en el cielo, pero lentamente se aproxima en las alturas. Muy pronto está justo por encima, desciende trazando un semicírculo elegante y calculado, su vuelo es lento y ligero. Cuando toca el suelo está frente a mí, es completamente negro e inmenso. Mide unos pocos cientos de metros, pero se mueve con tanta precisión que no parece perturbar ni al suelo ni a mí mismo, sus alas no generan más que una ligerísima brisa. Desciende su inmensa y aguda cabeza y me mira fijamente.

"¿Por qué destruyes el mundo?", le pregunto, sin sonido alguno, como pensando las palabras, que suenan neutrales, sin rastro de emoción ni intencionalidad alguna. El dragón me mira fijamente y responde, también sin palabras: "Yo no destruyo: yo estoy trazando un mapa".