9.6.08

El sábado por la noche, de regreso a casa, vi bajo una lluvia feroz a un niño jugando, indolente, cerca de una coladera abierta muy profunda. Pensé en acercarme y advertirle, pero alguien más se me adelantó y el niño reaccionó con agresividad tajante; estaba dispuesto a arrojar una piedra al entrometido indeseable, un reflujo de insultos tiñó el aire. Luego vi que en sus correrías resbaló y metió media pierna en el agujero. No se amedrentó, se levantó, sacudió sus manos, levantó el pie y siguió devaneando, inconsciente, riendo a carcajadas que a ratos sonaban perversas.

Me quedé con la impresión de haber contemplado una parábola.