24.2.10

Estoy en la casa materna, soy todavía un niño. Mi hermano tiene unos cuatro años y está frente a mí. Estamos solos en casa, es media tarde. La casa es tal cual la recuerdo entonces. Mi hermano me extiende una máscara de color ocre que no representa nada en particular, me la coloco, ajusta perfectamente. Abrir los ojos dentro de la máscara revela lo distinto que luce todo con ella: en tonos grises, casi blanco y negro, las formas se distorsionan levemente, todo parece estar en perpetuo movimiento, como un viento que devastara las formas sin tocarlas. Mi hermano ya no parece estar frente a mí, cuando miro hacia la ventana veo varias luces, al principio parecen artificiales pero conforme la imagen cobra sentido, noto que se trata de ojos brillantes, pero no puedo distinguir a sus portadores. Se van agrupando en la ventana. meciéndose levemente, curiosos de mi mirada directa. Cada vez son más, de diversos tamaños. No parpadean nunca.

***

Dos gatos, uno sobrenaturalmente enorme y otro de tamaño normal. El gigante es lento y el otro es ágil y combativo. Van aproximándose entre sí, en un ambiente indefinido (parece la antesala de un hotel de lujo, las paredes son de madera oscura y brilla una luz ambarina, pero no distingo su fuente). El gato gigante lanza una dentellada al más pequeño, éste gira y la evade fácilmente, se contrae en un sólo movimiento y parece esperar el segundo ataque, que sucede unos pocos segundos después. Esta vez su modo de actuar es muy distinto: se lanza directamente dentro de esa inmensa boca, a lo cual sigue un maullido doloroso y grave, el gato normal está hiriendo su lengua. La inmensa cabeza gira y por fuerza centrifuga arroja al gato normal, que esta vez se deja liberar y se va huyendo. Sólo gira una sola vez hacia atrás, mirando a su víctima que continua aullando, trae en la boca un largo jirón de carne. Ese parece haber sido su objetivo desde un principio.