12.10.09

Para Menta

Yo recuerdo...

Paseo por el centro de la ciudad, hay quien me mira y sonríe. El mal aún no existe.

Me pierdo caminando por las calles, no reconozco nada.

Cierro mis manos en torno a su diminuto cuerpo enfermo, siento su último aliento. Mi tortuga se va. La primera muerte que lastima.

Los aromas del plástico. Los juguetes regados, la crueldad.

Le llamamos La Bruja. Vigilamos a La Bruja, visitamos su casa mientras no está. Allí todo es oscuridad, salvo un cuarto iluminado donde una anciana duerme tranquila. La habitación huele a rosas.

Exploramos las ruinas de algunas construcciones, meses después del temblor.

Muros llenos de humedad, gente que no conozco ni conoceré. El cumpleaños del abuelo.

La sensación de peligro en los deportes, la timidez en las clases. La primera osadía al saltar de un techo a otro. Las peleas a golpes en la escuela.

Un beso de Esther, el primero de todos. Pero eso no lo recuerdo, sólo sé que alguna vez sucedió. En su lugar atisbo un silencio y ahogo, similares a abrir los ojos bajo el mar.

Tíos, primos, niños extraños. La vida familiar.

Las plantas, germinando. Las arañas en el jardín de la escuela, los patos. La leche fresca recién ordeñada.

Las pesadillas de la fiebre.

La angustia de la primera noche en la oscuridad total. Ella dice, "no llores, no tengas miedo". Es una voz y una presencia desconocida, me invade una tranquilidad iridiscente. Ahí acaba todo.

El trago amargo de la primera humillación, ante alguien demasiado fuerte.

El tren, y esa desviación ritual.

Descubrir el cuerpo. El propio, el de los demás. Y luego la mutación.

El ardor de los dientes que caen.